Modelos del pasado II
Y todos se preguntarán como resolvimos el incidente crítico-disciplinario que comentamos ayer.
Primero los antecedentes. Veinte minutos, repito, veinte minutos mirando para un aula esperando para poder empezar la clase de música. Risas, chistes, intercambio de libros, juegos, ... alcanzando una dimensión grotesca. Todo ante nuestros ojos y aguantando las ganas de soltar un grito que hiciera temblar el aula. Y mientras, la alumna de prácticas sin dar crédito a lo que estaba sucediendo.
Decido no intervenir y analizar conjuntamente con ella la situación. Nos preguntamos que puede estar pasando, que razones puede haber detrás de ese comportamiento. ¿Será la asignatura, que sigue siendo una “María”? ¿Será que estamos en otra aula? ¿Será nuestra situación respecto al alumnado? ¿Será la ausencia de tarima (un aula en niveles con el profesor en el más bajo)? ¿Será mi incompetencia?
Ante esta situación discutimos soluciones. Establecemos un diálogo hipotetizando cual será la mejor solución (y el problema seguía ante nosotros). Y es aquí cuando surgen esos modelos del pasado como potenciales soluciones. En lugar de pasar directamente a la acción analizamos y reflexionamos sobre nuestros pensamientos. ¿Qué harías tú?, le pregunto a la alumna de prácticas. ¿Qué hacían tus profesores? ¿Cómo arreglaban esto? Rápidamente me contesta: un examen sorpresa. Seguimos analizando la situación. Es una posibilidad.
¿Qué profesor viene a tú mente? ¿Qué hacía en estos casos? ¿Qué hacemos nosotros ahora? ¿Podría funcionar?
Y aquí viene lo terrible de todo esto. Ella parece bloqueada ante la situación, no sabe que contestar. Tomo la iniciativa y le digo lo que pienso. Le recuerdo el profesor que comenté en el post anterior. Ese que era duro y exigente. Ese que no se movía de su tarima y que cuando lo hacía era para pegar un par de sopapos bien dados. Recuerdo todo como un ritual escrito a fuego en mi mente.
Y nos preguntamos de nuevo...¿Podría funcionar?
Sabiendo perfectamente que esa no es la forma de solucionar el conflicto, y como si de una investigación se tratara, hacemos la prueba y ponemos en marcha el modelo interiorizado, redescubriendo su fuerza. Lo comentamos e insisto en preguntarle a ella si cree que funcionará. Tiene dudas.
Rápidamente tomo una baqueta de madera y doy dos fuertes golpes en la mesa. Se hizo un silencio absoluto y todo se detiene como en una foto fija. Tomo un papel y llamo por orden de lista al número 1. Le pido el trabajo pendiente y lo evalúo en el momento delante de todos sus compañeros. Sigue el silencio. Sigo llamando de cinco en cinco: número 5, 10, 15... y rompo la secuencia llamando al 19. Aumenta el nerviosismo al ver que esto se ha vuelto aleatorio. Los llamo y amenazo con “suspensos”, con llamar a sus padres, con... Ahora soy yo el que manda, el que domina la situación. Tengo mi pequeña dictadura en el aula, y me siento cómodo. Todo bajo control.
Es terrible. Funciona. Y aquí es donde viene el gran problema. Sí, hemos conseguido solucionar un incidente a partir de nuestro pasado y no de nuestra formación como profesores.
¿Qué impide que lo sigamos haciendo con el resto de problemas que surjan en el día a día?
4 comentarios
carlofer -
Adriana -
Marina fue alumna del año pasado.
Adriana
alfonso -
Anónimo -
También tuve otros que entraran o no a clase daba igual. Su presencia pasaba totalmente desapercibida. No eran capaces de organizar mínimamente el aula para ponernos en situación de aprender. No ofrecían ninguna posibilidad. Eran incapaces de proponer algo interesante, y sólo se quejaban o llamaban al director cuando ya no podían aguantar más la situación porque era insostenible.
Y otro tipo de profes eran aquellos que su sola presencia nos ordenaba, porque lo que había era interesante, nos abría caminos. Recuerdo uno de matemáticas (que no era lo que más me gustaba) que nos ofrecía una perspectiva diferente de las cosas, nos desafiaba a pensar en lo que estábamos haciendo y disciplinaba nuestras mentes hacia el trabajo. No era por miedo, sino por gusto ¿masoquismo?
Adriana